Consejos a una joven Bailaora
(de Jorge Fernández Bustos, escritor y
flamencólogo granaíno)
Querida amiga, me dices que quieres
bailar, que desde que viste a una bailaora transida sobre un escenario no
piensas en otra cosa que ser como ella. Me dices que te has comprado unos
libros y unos discos y que te has apuntado a una academia. Me dices que ya
tienes tacones y ropa cómoda para los ensayos. Me dices que, cuando la bailaora
bajó del tablao, no era nada extraordinario, que era un ser normal de carne y hueso,
como tú o como yo, una persona de las del montón que camina por la calle,
detrás de sus narices, como decía Shakespeare.
Torrente Ballester, en La saga/fuga de
J.B., escribía: “El flamenco es un baile singular. No se aprende, se vive. No
es una diversión, sino un sacerdocio, una cultura y la expresión de una
realidad biológica. (…) He conocido bailarinas flamencas (…) Mujeres vulgares,
incluso despreciables, que, al bailar, se trasforman en diosas”.
Me pides, por último, que te dé algún
consejo para la ‘carrera’ que acabas de emprender.
Más que un consejo, a vuelapluma me
alargaré dándote algunas recomendaciones que puede que te sean de utilidad.
No desfallezcas. El flamenco es una
carrera de fondo. La técnica del pelotazo aquí no sirve. Cada paso lo tienes
que ganar. Es fascinante el camino, como la Ítaca de Cavafis, y la meta
incierta. No temas los escollos ni los tropiezos. Ni te nublen los aplausos. Al
contrario. Sé humilde. Cervantes escribía en El Quijote: “la alabanza propia
envilece”. No persigas la fama sino el reconocimiento. “La fama es el prestigio
en calderilla”, nos recordaba Mario Maya. La grandeza de una persona suele ir
emparentada con la humildad. Juanito Valderrama, cantaor enciclopédico donde
los hubiera, decía que “la modestia es de burros y la falsa modestia de borrico
garañón”. No busques el aplauso. Que el ‘ole’ sea espontáneo y decidido, nunca
reclamado. La obligación de vitorear redunda en la mentira, que es el pozo más
insondable en que un artista puede caer. Camina con la verdad por delante o
cogido de ella de la mano. Sé sincera, que lo que tenga que llegar llegará. Y,
en tal caso, sé agradecida, que es la primera muestra de esta humildad que te
indico.
Escucha el cante.
Debes saber de cante casi más que el cantaor que te acompaña. No dejes de
estudiar y de aprender. Y, cuando estés en escena, párate a escuchar lo qué te
cantan, cómo te tocan, y báilale al cuadro. Báilale a los músicos y no te
cruces con ellos. Sigue su latido. Que bailando para dentro es como mejor se
baila para afuera.
Así, actúa para todos
y para nadie. Zeami va más allá: “olvida el espectáculo y mira al Nô; olvida el
Nô y mira al actor; olvida al actor y mira la idea; olvida la idea y entenderás
el Nô” (el Nô es una forma tradicional y mística del teatro japonés). Haz que
te importe el público pero que te importe más el arte. Desentiéndete del
espectador y baila, baila, baila. Es el mejor homenaje que se les puede hacer a
tus seguidores.
Reposa tu cuerpo.
Mario Maya afirmaba que “el baile flamenco no es fuerza bruta”. Es alarmante
cuando un bailaor sale a escena como los toros a la plaza cuando abren el
chiquero. El baile de arrebato es una demostración de energía a veces sin
sentido.
Debes atender al
silencio. “La danza no está en el paso, sino entre paso y paso. Hacer un
movimiento tras otro no es más que eso, movimientos. El cómo y por qué se liga
y qué se quiere decir con ellos, eso es lo importante” escribía Antonio Gades.
A este respecto también leo en Jules Barbey D’Aurevilly: “Con la música ocurre
lo propio que con la vida. En ambas resultan mucho más expresivos los silencios
que los acordes” (que le pregunten a los Habichuela).
Sé consecuente con lo
que estés bailando. Que tu atuendo, tu rostro y tus movimientos sean acordes
con lo que quieres trasmitir. Cuenta tu historia. Baila de blanco unas
alegrías, coge el abano en las guajiras, trasmite el drama de las seguiriyas.
Mueve todo el cuerpo.
No bailes de cintura para abajo ni exclusivamente con los brazos. Todas las
partes son importantes desde la punta de los dedos hasta las cejas, la mirada y
la cintura. Levanta las manos y no peques de hombrera. Guarda el equilibrio.
Busca la simetría. Lo que hagas con el lado derecho que lo puedas repetir con
el izquierdo. Qué no te acusen de cojera.
No alargues demasiado
tu actuación. No te repitas demasiado. Alimenta las ganas. Asegura el anhelo.
Que tu baile sea una guinda, no un pastelazo.
Libérate. No estés
pendiente de lo que haces. Cuando hayas aprendido olvida todo (comprende el
Nô). Improvisa. Siente el momento. Que el baile no te pertenezca, pertenece tú
a la danza. Es buena la técnica, pero mejor es la pasión. Hay que tener cuerpo,
al que debes cuidar hasta el extremo, y cabeza, que te guíe y ofrezca razón a
tu camino, pero también hay que poseer un corazón que lata y un paladar de
gourmet, mucho paladar.
Aprende de tus
mayores pero no quieras ser como ellos. Enrique Morente no quería ser ni como
sí mismo. Se reinventaba continuamente. Imita todo lo bueno que veas. Quédate
con los pies de alguien, con los giros de otro, con las manos de ella. Remeda
escobillas y remates y desplantes pero sé tu misma. Lo que más se aprecia en el
baile, en el arte en general, es tener un sello propio. Hablar un lenguaje
especial. El público no va para ver más de lo conocido sino para descifrar un
código cada vez diferente, aunque el emisor evidentemente sea el mismo. Valora
los cambios de registro.
Busca líderes y
maestros y déjate guiar y aconsejar por ellos, que cualquier padre quiere lo
mejor para su hijo. El buen pedagogo pretende que su pupilo lo supere. Leonardo
da Vinci lo expresaba diciendo: “¡Pobre discípulo el que no deja atrás a su
maestro!”.
Crea. A partir de lo
que has aprendido investiga nuevos caminos. Deja las ventanas abiertas.
Imprégnate de otras músicas de otras manifestaciones artísticas. Enriquécete
con el clásico, con la danza española, con la escuela bolera, con el jazz, con
el contemporáneo… pero no pierdas las raíces que son tu norte. La mayor
vanguardia estriba en no perder de vista el pasado.
Domina el espacio.
Una vez que tengas todo asegurado, piensa en conjunto. Piensa en toda la
escena. Manda a tus músicos. Que no te pierdan de vista. Aprovecha cada
centímetro de escenario, cada viento que corra.
Petronio en el Satiricón aconsejaba:
Linque tuas sedes alienasque littora quaere, o iuvenis; maior rerum tibi
náscitur ordo. Perdona el latinajo. Te lo traduzco: “Deja el lugar en que vives
y busca otras tierras, oh joven; se te abrirán nuevos horizontes”. Vuela y ve
otras maneras. Acude a otras plazas, a otras ciudades y aventúrate. No bebas
siempre del mismo venero, aunque su agua sea fresca y buena. Piérdete para
reencontrarte. Que un artista sin alas es una comida sin condimento.
Por último, o para terminar de
empezar, te diría que ensayes, que le dediques horas a tu labor y que no pares
de entrenar. Por muy sabido que tengas un número, la repetición es lo que te lo
asegurará. Es la única manera de avanzar. No des nada por sentado.
Pero si no tienes madera, que es como
no tener savia, que es como no tener duende, que es como no tener gracia, que
es como no tener algo, que es como no tener arte, querida amiga, dedícate a
otra cosa.
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